8 mar 2018

Ambiciones, ¿a dónde nos llevan?

Lectura: Marcos 10:35-45

En las obras de William Shakespeare nos encontramos con un personaje llamado Macbeth; este hombre deseaba tanto convertirse en rey, que llegó a cometer un homicidio para lograrlo. Finalmente pagó con su vida por el crimen cometido.

Cuando permitimos que la ambición controle nuestra vida, hacemos cosas que normalmente no haríamos, y llegamos incluso a sacrificar nuestros principios con tal de obtener aquello tan deseado; cometemos errores quizás no con las consecuencias de Macbeth, sin embargo, en muchos casos nos cuestan la confianza de otros o el dolor de un ser querido.  Si hacemos realidad esos deseos equivocados, estaremos declarando con nuestras acciones que no nos interesa lo que Dios diga, todo a cambio de obtener un disfrute temporal.

En nuestra lectura de Marcos 10, nos encontramos con un ejemplo sobre este tipo de comportamiento. Juan y Jacobo sostienen una conversación con nuestro Señor, en la cual dejan salir a flote sus más profundas ambiciones.  Algunos podrán decir que ellos querían estar siempre al lado de Señor, pero Jesús pudo ver muy bien los verdaderos deseos de sus corazones, que posiblemente incluían tener un lugar de prestigio y una posición de poder en el reino venidero. No podían esperar que la hora de estar al lado de su Señor llegara, querían asegurar los mejores lugares desde aquel mismo momento.

Por supuesto, el Señor les dijo de una forma directa pero amable, que esta no era una petición sensata, que debían estar enfocados en el servicio a sus semejantes y en la extensión del evangelio, y no en el lugar que ocuparían en su reino. Cuando nuestra ambición provoca falta de paciencia, mostramos la fe pobre que tenemos, pues no podemos esperar a que su voluntad se cumpla. Este fue el error de aquellos dos discípulos.

  1. Debemos someter nuestras metas y aspiraciones al Señor; haciéndolo nos aseguramos que en todo momento Él nos dará lo que es mejor para nuestras vidas.
  2. Está bien desear ser mejor y más calificado en nuestro trabajo o servicio para el Señor, el problema se da cuando la motivación no proviene de Dios sino del orgullo.

HG/MD

“Porque el Hijo del Hombre tampoco vino para ser servido sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:45).

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