La accesibilidad desde internet, la comodidad de un consumo desde casa y el hecho de que los contenidos sean, en muchos casos, gratuitos. “ Estos factores, sin duda, contribuyen al uso de la pornografía”, dice Martín, que ejerce en Madrid. “No hace falta hacer grandes esfuerzos para cruzarse con archivos de este tipo incluso sin buscarlo o buscando cosas mucho más inocentes y absolutamente desligadas del tema. Tener el ordenador delante y no tener que dar ninguna clase de explicación respecto a lo que se consume, facilita su uso (no como ocurre, por ejemplo, al comprar una revista de este tipo en un kiosko, en que te tienes que encontrar con el kioskero y además asumir que algún vecino puede toparse contigo en el momento más inoportuno)”.
Este uso tan “cuotidiano” que se puede dar de los contenidos sexuales online no deben hacernos olvidar, sin embargo, que el riesgo es importante. “Este terreno es tan altamente adictivo que, al igual que sucede con otras cosas, los primeros contactos suelen ser gratuitos para convertirse después en interacciones o visionados de pago”.
La pornografía se parece a otras drogas en que, a la larga, el cuerpo se acostumbra y genera tolerancia: “La persona se acostumbra a cierto contenido y necesita ir subiendo la temperatura y el calado de lo que ve” , explica Martín.
“SON MUCHOS LOS CONSUMIDORES CRISTIANOS”
¿Cómo es la problemática entre cristianos? Martín explica que la realidad es bastante decepcionante. “Esperaríamos que entre cristianos esto no existiera o que, al menos, no fuera tan frecuente como lo es fuera de nuestras filas. Sin embargo, son muchos los consumidores cristianos de pornografía, aunque lógicamente no se habla abiertamente de ello”.
La psicóloga explica por qué, en su opinión, la diferencia con personas ‘no religiosas’ es tan pequeña: “Los cristianos somos personas como cualquier otra, con las mismas debilidades , sólo que regenerados por la sangre de Cristo. Y en ese sentido es que la cercanía con el Señor y poner nuestra mirada en Sus cosas son la única protección real con la que contamos en estos casos. Somos igual de débiles, entonces, que cualquier otro y privarnos del uso de estas cosas es más una cuestión de obediencia que de falta de tentaciones”.
Otro factor que según Martín explica la profundidad de la problemática en las iglesias evangélicas, es que “hay mucho desconocimiento de hasta qué punto esto está desaconsejado y prohibido por Dios”. Y añade: “Se tiende fácilmente a la autojustificación, a dar explicaciones en ocasiones un tanto rebuscadas para conseguir precisamente esto, ver con buenos ojos lo que no es bueno”.
PORNOGRAFÍA COMO INFIDELIDAD A LA PAREJA
Preguntada por las consecuencias en el día a día de un matrimonio, Lidia Martín es clara: “Yo sí defendería que hay infidelidad en el uso de la pornografía. En el momento que se visualizan imágenes de otros de cierto tipo y con la intención clara de crear lujuria y promover el deseo sexual; cuando se promueve, no la pareja, sino determinadas prácticas y a través de un foco que no es la propia pareja; cuando, por decirlo de otra forma entra un ‘tercero’ en escena , sea a nivel presencial o a través de una pantalla, hay una infidelidad”.
No ayuda el inventar etiquetas o diferenciar entre conceptos que en el fondo tienen la misma raíz. “Somos muchas veces excesivamente legalistas con lo que es o no una infidelidad y en el fondo no es más que una forma de autojustificar nuestros propios deseos. Parece que si no te acuestas con alguien físicamente no estás siendo infiel” . Para un cristiano, cree Martín, las palabras de Jesús son suficientemente claras, cuando dijo que quien mirara con lujuria a una mujer que no es su esposa “ya adulteró con ella en su corazón”.
“De ahí que tengamos que ser un poco menos benevolentes con nosotros mismos en cuanto a estas cosas. Ninguna esposa o esposo se siente contento ni feliz al ver o constatar que su cónyuge consume pornografía. No beneficia a la vida sexual de la pareja, no contribuye a la unidad del matrimonio, no favorece que nuestro deseo sexual se oriente hacia nuestra pareja sino que, muy por el contrario, nos distancia de ella”.
CULPA QUE LLEVA A PÉRDIDA DE CONFIANZA
El sentimiento de culpa por el consumo de pornografía (tanto si se trata de una persona casa o soltera) acaba llevando a romper la confianza en las relaciones en un entorno familiar. “En muchas ocasiones cuando la persona se va embebiendo en la adicción también se va aislando. Esta es una característica habitual: cada vez el elemento adictivo ocupa más y más tiempo y facetas de la persona , hasta el punto de que termina prácticamente ‘desconectado’ de la realidad o de la faceta de la realidad correspondiente con el tema en cuestión”.
Sobre la culpa que esto genera, Lidia Martín habla de dos reacciones habituales. “Dependiendo de qué tipo de culpa sea la que se hace presente, pueden pasar varias cosas: la culpa que lleva a la confesión y al perdón puede ser que al principio se presentara en forma de aislamiento, pero termine buscando el acercamiento con el cónyuge, la búsqueda de soluciones y el abordaje del problema”.
Pero cuando la culpa no se gestiona adecuadamente, “cuando lejos de buscar la confesión y el perdón lo que se busca es la ocultación y la permanencia de la conducta adictiva, el aislamiento y el distanciamiento de la familia están prácticamente garantizados”.
EFECTOS EN LA SOCIEDAD
Ante toda esta realidad, se plantea una pregunta preocupante: ¿Qué efecto tendrá a nivel social el consumo generalizado de pornografía que, según todos los informes, se está dando ahora mismo entre la amplia mayoría de los menores de edad?
“Una de las cuestiones que ya estamos contemplando, no sólo en los jóvenes, sino en los muchos adultos que la consumen, es una banalización de la sexualidad y de las implicaciones del uso de la pornografía”. Relativizar el problema no ayuda. “Parece que no pasa nada, pero sí pasa. Uno de los efectos más evidentes y que acarrea también consecuencias en otros ámbitos es, principalmente, el hecho de que se ven las relaciones sexuales como algo puramente utilitario, para cubrir una necesidad personal inmediata , pero poco o nada tiene que ver el amor o el afecto por el otro”.
Las principales afectadas serán las mujeres. “Se tiende a la degradación de la mujer”, explica Martín, “ya que son principalmente hombres los que hacen uso de estas imágenes y se la cosifica”. El efecto en los consumidores es de largo plazo: “Pensemos que normalmente este es un camino con difícil retorno, ya que se crean imágenes mentales que son imborrables, fácilmente reproducibles una y otra vez y que generan tolerancia, por lo que la adicción avanza sola”.
El consumo repetido ahonda en el problema. “En ese sentido, cada vez se necesitarán contenidos más explícitos, más agresivos y, lo peor, se considerará que son normales, tolerables”.
“Muchos de los comportamientos que estas imágenes muestran son vejatorios para una de las partes y es peligroso acostumbrarse a ello y considerar que constituyen la normalidad y no la anormalidad”, concluye la piscóloga.
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